
Plaza de toros de la Maestranza, Sevilla, sábado de Feria.Lleno hasta la bandera para presenciar una corrida que han venido en llamar la de los chinos, mediática o la de los guiris.
Ayer fui a los toros, como Dios manda, con mi señora. Fue una tarde sin luz salpicada con el brillo de las banderillas de El Fandi, el arte de su capote y algunos golpes de muleta artísticos de verdad. Lástima que los borbotones de torería se interrumpieran con la mala suerte de un pinchazo desajustado.
En realidad, la experiencia fue interesante, ya que, como siempre, pasaron cosas curiosas. Entre ellas, destaco la siguiente, real y cierta como la vida misma:
Se me sentó detrás un joven catalán que acudía comninado por su novia, y que confesaba que el único espectáculo al que asistía era al de los partidos de su blaugrana equipo. Se llevó buena parte de la corrida preguntándome cosas, seguramente movido por mi pinta de sevillano: pantalón gris, camisa de listada en celeste, corbata coral, tiradora color albero y abanico (de tío, por supuesto).
Cuando el público, presa de la emoción, aplaudía al torero, vi que a mi joven amigo se le llenaban los ojos de lágrimas. Acojonante.