Hace una semana que no me asomo a la ventana del portátil para contarle al mundo, o quizás a mí mismo las cosas que me gustaría contar o que me gustaría callar, las que ofrezco a los demás y las que me guardo, porque, como dijo el poeta, tengo en mi alma un almario lleno de ropa vieja, o quizás de ilusiones renovadas. Y un día, como el que no quiere la cosa, ocurre algo insustancial, nimio e irrelevante que me hace rebuscar en los viejos bolsillos de la conciencia esa llave oxidada que todos llevamos oculta aunque no lo sepamos.
El profundo sosiego de las cosas
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En días de tribulación cuánto consuela la lectura de Séneca, el filósofo de
la serenidad, el autor, precisamente, de las "Consolaciones".
El primer auto...
Hace 2 días
5 comentarios:
Pues que encuentres más a menudo esa llave, Julete, que es un placer leerte.
Gracias por tu comentario, guapo.
¿Placer? ¿Guapo? Esto...
Una entrada preciosa, Julio.
El problema es que hay pocas llaves y muchos cerrajeros, valga la metáfora tan pedestre.
U
Ojalá rompan de una vez mi cinturón de castidad (hablando más metafóricamente que nunca) dichos cerrajeros.
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